El tiempo ha mostrado que los cambios requeridos eran mucho más profundos que una nueva infraestructura para recibir estudiantes mujeres. La coeducación implica una transformación socio-cultural del quehacer pedagógico y la noción de masculinidad que predominó por décadas en el colegio. En este sentido, los hechos del 31 de marzo nos hicieron cuestionar cómo se había acompañado el avance de la coeducación, evidenciando deudas y dolores tanto en la primera generación mixta como en la última generación solo de hombres.
Más aún, la instalación discursiva de “los primeros frente a los últimos”, aún genera una tensión comunitaria que debemos superar, lo cual se suma a la necesidad de prestar atención a otras problemáticas visibilizadas en el último tiempo, como la discriminación por identidad de género u orientación sexual. Así, nuestro desafío no es solo que haya relaciones sanas entre las generaciones mixtas y de hombres, sino que ofrecer reconocimiento y respeto de la dignidad de toda persona como hija o hijo de Dios.
Les invito a cultivar juntos una nueva narrativa, que nos ayude a realizar la transformación cultural que anhelamos, poniendo en el centro la misión de formar personas conscientes, compasivas, comprometidas y competentes, que se relacionen entre sí y con el mundo a partir del valor sagrado de la dignidad humana.